El misterio de los columpios
Cuando la vi frente a mí no pude dejar de correr hacia ella. Corrí con todas mis fuerzas, y ella hacia adelante y a hacia atrás, adelante, atrás, adelante, atrás y ¡Bump! adelante deteniendo mi carrera y tumbándome a la tierra.
Abrí lo ojos y el rostro de ella estaba en el cielo, en el fondo unas tres nubes blancas. Se veía encantadoramente mortificada.
- ¡Aaay!, ¿No estás muerto verdad, verdad?, ¿Verdad que no estás muerto? ¡No, no!- dijo aceleradamente respirando muy rápido.
No sabía si estaba muerto, pero igual moví la cabeza negándolo. Todavía se escuchaba el chirrido del columpio meciéndose solo.
- ¡No te vi!, perdón- enchuecó la boca y medio levantó las cejas, una más que la otra.
Me incorporé con torpeza.
Ella trató de ayudarme, pero no me tocó, movía mucho las manos creo que no sabía qué hacer.
Sacudí el polvo de mis piernas más por reflejo que por necesidad. Veía sus manos que habían cesado de moverse y ahora estaban juntas apretándose con rudeza. No me atrevía a subir la mirada y enfrentarme con la suya, estaba
nervioso y frío, pero lentamente lo hice, sentía la necesidad de hacerlo. Cerré los ojos y levante la vista, todavía pasó un segundo antes de atreverme a abrirlos.
Y ahí estaba, su rostro pequeño y redondo. Me miraba fijamente. Como nunca nadie lo había hecho. Tenía esos ojos enormes cafés medio difuminados, que yo guardaría por siempre en un lugar escondido, sus labios diminutos se movían lentamente entre abiertos y cerrados.
- Tienes un ojo morado- lo señaló sin separar su brazo de sí misma ni dejar de mirarme.
No sé qué cara tenía yo en ese momento, seguro era una muy extraña, porque no la sentía. No sentía mi cuerpo. Me precipitaba hacia ella como sucedió cuando la vi por primera vez.
- Ya... ya tengo que irme- al decir esto giró rápidamente y corrió, salió del parque y se perdió entre las casas.
Cuando la perdí de vista caí de nuevo al suelo. El cielo era más oscuro que hace un rato, anochecía. También yo tenía que volver a la casa. Pero no podía irme, el columpio seguía chirriando y chirriando sin ella, sentía que jamás se detendría.
Abrí lo ojos y el rostro de ella estaba en el cielo, en el fondo unas tres nubes blancas. Se veía encantadoramente mortificada.
- ¡Aaay!, ¿No estás muerto verdad, verdad?, ¿Verdad que no estás muerto? ¡No, no!- dijo aceleradamente respirando muy rápido.
No sabía si estaba muerto, pero igual moví la cabeza negándolo. Todavía se escuchaba el chirrido del columpio meciéndose solo.
- ¡No te vi!, perdón- enchuecó la boca y medio levantó las cejas, una más que la otra.
Me incorporé con torpeza.
Ella trató de ayudarme, pero no me tocó, movía mucho las manos creo que no sabía qué hacer.
Sacudí el polvo de mis piernas más por reflejo que por necesidad. Veía sus manos que habían cesado de moverse y ahora estaban juntas apretándose con rudeza. No me atrevía a subir la mirada y enfrentarme con la suya, estaba
nervioso y frío, pero lentamente lo hice, sentía la necesidad de hacerlo. Cerré los ojos y levante la vista, todavía pasó un segundo antes de atreverme a abrirlos.
Y ahí estaba, su rostro pequeño y redondo. Me miraba fijamente. Como nunca nadie lo había hecho. Tenía esos ojos enormes cafés medio difuminados, que yo guardaría por siempre en un lugar escondido, sus labios diminutos se movían lentamente entre abiertos y cerrados.
- Tienes un ojo morado- lo señaló sin separar su brazo de sí misma ni dejar de mirarme.
No sé qué cara tenía yo en ese momento, seguro era una muy extraña, porque no la sentía. No sentía mi cuerpo. Me precipitaba hacia ella como sucedió cuando la vi por primera vez.
- Ya... ya tengo que irme- al decir esto giró rápidamente y corrió, salió del parque y se perdió entre las casas.
Cuando la perdí de vista caí de nuevo al suelo. El cielo era más oscuro que hace un rato, anochecía. También yo tenía que volver a la casa. Pero no podía irme, el columpio seguía chirriando y chirriando sin ella, sentía que jamás se detendría.
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