Alucinación sobre un pasado que no sucedió
__Hace no tantos años en un internado de un país que no existe, ella y yo nos conocimos. Éramos unos niños, apenas de 8 o 9 años y las cosas no eran fáciles ni difíciles, porque estábamos locos. Claro, en ese tiempo no lo sabíamos. Nada sabíamos. Y no nos importaba no saberlo. Sólo seguíamos el constante e irresistible impulso de estar juntos.
__Cuando la vi por primera vez fue cuando llegué al internado, creo que ella también llegó ese día, no lo sé. Estábamos en las filas de comida separados por unos 200 metros y media hora de distancia, porque primero se formaban las niñas y después los niños. Creo que ni siquiera nos vimos. Eso hubiera ameritado un castigo por parte de alguna institutriz. Sólo sentimos que nuestro imán interno giraba precipitadamente en dirección del imán del otro con una fuerza de atracción que a veces sentíamos nos desmembraba, la misma fuerza que se mantendría para el resto de nuestra existencia juntos.
__No hablamos ese día, jamás en nuestros días nos dirigimos la palabra, pero los dos supimos qué hacer para abrirnos paso entre lo imposible y encontrarnos en la única ocasión del tiempo en que la vigilancia del internado lo permitía, la noche. El salón donde dormíamos era una gigantesca bodega que medía kilómetros de largo y ancho, en la cual no había espacio alguno sin catres, todos separados equidistantemente uno de otro. En un extremo dormíamos los niños, en el otro las niñas. Y a la mitad, impidiendo el contacto entre unos y otras, había decenas de filas de catres vacíos.
__Tarde más tarde, en ese primer día, a la hora sin hora. Rodé de mi catre callendo silenciosamente al suelo. No sabía dónde ella dormía ni dónde encontrarla. El instinto me guió. Me arrastré con sigilo durante horas y horas, por debajo de los catres. No sabía de fe, ni de esperanza, tampoco de felonía o desilusión, sólo seguía arrastrándome con los brazos en completa oscuridad. Hasta que llegué a las filas de catres vacíos a la mitad de la bodega y sentí que el imán me jalaba con tanta fuerza que perdía la realidad. Justo a la mitad nos encontramos, acercándonos a toda velocidad hacia el primer y único beso que tendría valor en una existencia. Ella también se había arrastrado. Llegamos a un punto de encuentro no acordado al mismo tiempo. Nos acariciamos rostro con rostro. Era lo único que nos permitía hacer el espacio que teníamos. No importaba, nada importaba, estábamos juntos. Pasamos tan solo un par de minutos ahí, que parecieron una eternidad, una eternidad que no fue suficiente. Volvimos arrastrándonos a nuestros respectivos catres al sonar el reloj que indicaba la proximidad del amanecer. Repetimos ese acto en todas nuestras noches.
__No era el único contacto que teníamos. En nuestras distintas actividades pasábamos por los mismo pasillos y nos dejábamos símbolos recocibles sólo a nuestros ojos. Una línea raspada en el suelo, o una marca hecha con el dedo en una ventana eran suficientes. No sabíamos leer ni escribir. Eso nunca nos limitó, todo lo contrario. Un punto hecho con carbón en el palo de escoba con la que barrería el patio era un poema, una marca de dedo en el jabón de baño era un soneto, un punto de una pared cualquiera contemplado en silencio era nuestra plática en común.
__Dos meses. Tan sólo dos meses compartimos un espacio y 60 noches. Luego vino la guerra de los 10,000 años y fuimos regresados a nuestros hogares. En dos lugares distintos de un universo en expansión perenne.
__Tras la separación seguimos en contacto por un tiempo, a veces llegaba un cuervo con un trébol en el pico, y sabía que era una carta de ella. A veces yo escogía el viento de un día frío, que sabía refrescaría sus mejillas llevándole mis sentimientos. Pero la guerra se agravó. Y crecimos. El contacto se perdió. No nos volveremos a ver.
__Aunque en contadas ocasiones, días de nada y silencio permitan que el imán se mueva ligera y casi imperceptiblemente, para que la cóngoja invada nuestros cuerpos.
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