Wednesday, September 22, 2004

Alucinación sobre un futuro impreciso

Vivíamos en el departamento del último piso de un edificio rojizo, en una ciudad que conocíamos tan poco como conocíamos nuestra palma de la mano. Extranjeros por cortos/largos 4 años, desesperados por completar nuestros estudios siempre inconclusos y viviendo juntos con las pocas posibilidades que nos procuraba el ser pintora y escritor.

(mi pintora, tu escritor)

Felices. Eufóricamente felices.

Un abrazo bastaba.
Un beso era la vida.
Y hacer el amor con consagrada profesión en los 47 mil lugares distintos (y en aumento) que habíamos encontrado en nuestro departamento de 7m x 7m era nuestro ritual más sagrado, en el que nos perdíamos invariablemente de la hora, día, condición, pasión y situación.

Una tarde de noviembre Tú meditabas como colibrí acostada en nuestra cama viendo las escasas gotas de lluvia estampándose en la ventana. Tarareabas una canción inconcientemente. Tus ojos brillaban opacos a la luz de un día nublado mientras yo escribía en nuestra pequeña sala(vivíamos en un cuarto grandote), divagando en ideas absurdamente reales, absurdamente absurdas.
Te levantaste. Abrazaste mi cabeza y recargaste la tuya en ella. El repiqueteo de la máquina de escribir cesó, el de la lluvia continuó, sonriendo cerré los ojos. Besaste mi frente y saliste. Arranqué la hoja con el texto que escribía y puse una nueva. Escribí que te habías ido, y nunca volviste. Que te esperé y te busqué por años. Que el mundo te había olvidado, que nunca exististe y yo te había perdido.
En eso llegaste. Compraste cigarrillos en la tabaquería de enfrente, tardaste 20 minutos. Por la forma en que te observaba al llegar te pusiste curiosa. Con ojos grandes dijiste ‘¿Qué?’.
Nos reducimos a uno en un parpadeo. Hicimos el amor por 5 días. (tan explosivos como un sol en pubertad). Llorando, riendo, gritando y viajando nos besamos hasta el alma, penetramos aun nuestra existencia más íntima para acabar con lo que quedaba de cuerdos en nosotros. Agotados, exhaustos, extenuados, fatigados, nos besamos lentamente tan lentos como el universo mismo moviéndose con la paciencia de un dios sin prisa y así nos amamos con la fuerza delicada que es propia en nosotros, nosotros y sólo nosotros.Y sólo nosotros.
Nosotros solos.
Nosotros.

Al final, los cigarrillos que trajiste matizaron con su humo la infinita paz de un día nublado en algún lugar de un

futuro perdido e impreciso.

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