Cosas que no debo olvidar
El sábado 11 de diciembre no fui a trabajar, a pesar de que debí haberlo hecho. En cambio me quedé en el departamento, limitándome a existir. Estando ahí, escuché que alguien tocó a la puerta: 'Pum pum pum'. Con la ligereza que me da el vivir con levedad me escabullí sigilosamente hacia el rabillo para poder observar a quien deseaba que la puerta se abriera. Era un hombre, aparentaba casi cuarenta años, tocó una vez más -ésta vez me dolió porque mi cara estaba pegada a la puerta-. De nuevo no recibió respuesta, sus hombros cayeron, miró hacia el techo, -tal vez intentando mirar más allá-, bajó el rostro, cerró los ojos, y se hincó, ahí, en el pasillo frente a mi puerta, comenzó a rezar. Rezaba de forma muy activa, como si hablara con alguien invisible, movía las manos con gestos de reclamo o clemencia, hasta que se paró, -no renovado, simplemente se paró-. Se dirigió caminando hacia la escalera, y de repente, se detuvo. Volvió justamente al lugar donde había estado rezando, se hincó de nuevo y prosigió sus rezos, esta vez como si hubiera olvidado algo, pero como fue un rezo express, lo hizo con mayor pasión.
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