Terror, horror y error
El buen Mondo caminaba campante un fresco día anaranjado, por la acera
de una calle cualquiera. Cuando de repente salió, de quién sabe donde,
un hombre de tres metros y medio aplaudiendo sonoramente en dirección
a Mondo.
-¡Bravo! -dijo el enorme hombre- ¡Bravísimo, maestro!
Mondo se quedó perplejo, miró al hombre que sonreía abiertamente y no
dejaba de aplaudir, luego giró la cabeza buscando alguna explicación a
lo que ocurría, y al no encontrarla, miró de nuevo al hombre que guar-
daba una respetuosa distancia de Mondo y no parecía amenazador, salvo
en un sentido absurdo.
-Jojojo -continuó el señorón aplaudidor –Debo decir que en los momen-
tos de tensión no me estaba convenciendo su desempeño, pero al final,
¡jojo!, todo se encarriló y cobró sentido, ¡Es usted un genio!, ¡Lo
felicito!
El señor estrechó fuertemente la mano de Mondo, que junto a la de éste
parecía una ramita de bonsái, y se alejó aplaudiendo y carcajeándose.
Todavía se escuchaban los aplausos del señor cuando Mondo renunció a
entender lo que le había sucedido, e hizo bien en renunciar, puesto
que una vez que los aplausos cesaron de escucharse, el telón cayó obs-
truyéndonos la vista con un ominoso rojo carmesí.
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