Ajám, ujúm y demás sonidos especiales
Quieren que escriba.
Quiero escribir.
La segunda sentencia pesa tanto como le puede pesar un horrendo hombre obeso y cochino sobre la espalda a un funambulista en acción, que es ateo y sabe que al caer de la cuerda está la nada (al presentarse esta palabra, es bueno darse un momento para pensarla ), y pelea, pelea, pelea, por no caer, y a la vez, porque el público lo mire, y no deje de mirarlo, de eso depende su trabajo, del público. El horrendo hombre obeso y cochino duerme y babea, a veces se mueve, y el delgado funambulista sigue lentamente avanzando para llegar al otro extremo de la cuerda, que está a cientos de metros de distancia. La desesperación le gana, pero no puede regresar porque resbalaría, tampoco puede tirar al hombre gordo, porque la cuerda que pisa lo lanzaría por los aires al no estar expuesta al peso del gordo; de quedarse parado, el público lo abuchearía y eventualmente también caería. De cualquier forma su destino es la nada. El chiste aquí es que haga lo que pueda, todo lo que pueda, hasta morir de cansancio, ¿Qué mejor muerte que el cansancio? o que el hombre bala lo arremeta asesinándolo por accidente al fallar el tiro, o bien, que el hombre gordo se despierte y se lo coma, ¿Qué mejores muertes que esas?
Por favor, alguien venga y estrújeme.
(¿Acaso los que me rodean comprenden que mi creencia por conveniencia es que después de la vida está la nada? ¿Lo comprendo yo?)
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