Alguien pintó las paredes, las embarró de tristeza
Mi abuelo murió en febrero de este año después de una larga agonía siempre asendente através de los años. Al hacerlo le pasó la mortal consigna a su esposa, mi abuela, quien ayer, en una plática personal, me dijo entre líneas que sólo está esperando la muerte. O quizá eso fue lo que escuché. Fue su cumpleaños número 80.
Las ojeras abundan bajo los ojos de mis familiares, las sonrisas se tuercen al no tener la fuerza para mantenerse. ¿Desde cuándo es así? Desde que empecé a notarlo, supongo, mis ojos son los únicos que han cambiado. La alegría de la famila sigue encontrándose en aquel mundo ajeno al que sólo pertenecen los niños y los desentendidos, como yo lo fui.
Nos tomamos fotos con la abuela, qué estupidez. Es como tratar de captar el último recuerdo con ella. Y ella lo notaba. Cada flash un anuncio de la luz eterna.
Ayer en la fiesta hubo un anuncio público, el primo mayor se casa. Todos aplaudieron y ofrecieron su apoyo. Quizá fue paranoia mía, pero hubo miradas fugaces deteniéndose en mí, y una que otra mano en mi hombro que al darse cuenta de lo que estaba comunicando se retiró enseguida. Pues sí, no es el primer primo que se casa y yo no anuncié nada, ni recibí apoyo, ni lo quería. Tampoco anuncié el divorcio del cual sólo saben por los rumores que se le han escapado a mi madre, que tampoco sabe mucho al respecto. Todo eso quedó entre mi exesposa y Yo, y así seguirá.
-¿Y éste quién es?- me preguntó mi primo Alberto, dos años mayor que yo, somos de la primera camada de primos. Me hizo esa pregunta señalando a un niño dormido en el sillón de la sala.
-No estoy seguro, siempre que vengo aquí hay nuevos- respondí.
Siempre me he preguntado a qué edad deben de morir los padres. No es una pregunta inteligente, tampoco tonta. Quizá parezca incompleta, pero así es mi pregunta. A mis padres de 50 años sólo les queda su madre, a mí de 22 me quedan ambos, a muchos de cualquier edad no les queda ninguno. Esto no es reflexivo, es un pozo vacío, como muchos otros en los que nos sumergimos al combinar el pensar con el sentir.
Buuu.
Las ojeras abundan bajo los ojos de mis familiares, las sonrisas se tuercen al no tener la fuerza para mantenerse. ¿Desde cuándo es así? Desde que empecé a notarlo, supongo, mis ojos son los únicos que han cambiado. La alegría de la famila sigue encontrándose en aquel mundo ajeno al que sólo pertenecen los niños y los desentendidos, como yo lo fui.
Nos tomamos fotos con la abuela, qué estupidez. Es como tratar de captar el último recuerdo con ella. Y ella lo notaba. Cada flash un anuncio de la luz eterna.
Ayer en la fiesta hubo un anuncio público, el primo mayor se casa. Todos aplaudieron y ofrecieron su apoyo. Quizá fue paranoia mía, pero hubo miradas fugaces deteniéndose en mí, y una que otra mano en mi hombro que al darse cuenta de lo que estaba comunicando se retiró enseguida. Pues sí, no es el primer primo que se casa y yo no anuncié nada, ni recibí apoyo, ni lo quería. Tampoco anuncié el divorcio del cual sólo saben por los rumores que se le han escapado a mi madre, que tampoco sabe mucho al respecto. Todo eso quedó entre mi exesposa y Yo, y así seguirá.
-¿Y éste quién es?- me preguntó mi primo Alberto, dos años mayor que yo, somos de la primera camada de primos. Me hizo esa pregunta señalando a un niño dormido en el sillón de la sala.
-No estoy seguro, siempre que vengo aquí hay nuevos- respondí.
Siempre me he preguntado a qué edad deben de morir los padres. No es una pregunta inteligente, tampoco tonta. Quizá parezca incompleta, pero así es mi pregunta. A mis padres de 50 años sólo les queda su madre, a mí de 22 me quedan ambos, a muchos de cualquier edad no les queda ninguno. Esto no es reflexivo, es un pozo vacío, como muchos otros en los que nos sumergimos al combinar el pensar con el sentir.
Buuu.
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